lunes, 25 de mayo de 2009

[Season Finales 5] 24: el thriller trillado

La crítica mostrada a continuación tiene una duración de lectura estimada de 3 MINUTOS. La lectura ocurre en tiempo real. ¡Los videos no cuentan!


00:00-> 24 ha vuelto con la intención manifiesta de resurgir de las cenizas tras la quema llevada a cabo por la crítica, que denostó una 6ª temporada espectacular en su forma, pero argumentalmente previsible, reiterativa y demasiado apologética de la tortura. La serie ha callado bocas, sobretodo porque -no hay que olvidar- que padeció un año entero sin emitirse (la eterna sombra de la huelga de guionistas, uno de los más importantes Episodios Oscuros de la ficción norteamericana). Su regreso ha sido satisfactorio, como mínimo, y notable, si olvidamos que la fórmula está empañada por la visión de un espectador habituado a sus costuras. Y no nos referimos a la dosificación de cliffhangers exactamente a las "en punto" -es decir, al final de cada capítulo- o a la archiconocida complementación de delirantes tramas conspiranoicas con la fría quietud de los dramas de pasillo en la Casa Blanca, que tantos picos emotivos siguen cosechando, no. Hablamos de otra cosa.

34 segundos, 35 segundos...

Nos referimos a la estructura dramática en espiral que tan magistralmente despieza Manel Jiménez en "Duplicidades espacio-temporales en 24", dentro de la obra de referencia La Caja lista: televisión norteamericana de culto de Concepción Cascajosa Virino. Este autor señala algunas de sus claves, como la Matruska de enemigos que se van revelando según avanza la trama, sutilmente, para que el espectador no perciba que en realidad, hasta el capítulo 20 Jack Bauer no estará enfrentando a su verdadero Némesis, y que todo lo anterior son fuegos de artificio (entretenidísimos, eso si). Esta vez, para enlazar, se sacaron de la manga un elemento tramposo pero refrescante: el regreso de Tony Almeida, uno de los más queridos personajes de la serie... que había muerto en la 5ª temporada.

58 segundos, 59 segundos...

01:00 -> ¿Han amortizado este regreso? Ciertamente, el juego del doble-espía-doble y el tema tácito de la redención crean una tensión permanente en los pliegues de sus tramas, para revelar en la recta final su verdadera naturaleza, no por tópica menos espectacular. Tony Almeida es aquello en lo que Bauer corrió el riesgo de convertirse, y ahora son dos cabezas de un mismo monstruo: Tony, el antihéroe descreído de sus principios morales y Jack, el soldado que perdió su alma durante su fiel servicio al país. Esta temporada explora la huída hacia adelante del primero y las confesiones criminales del segundo. Lo gracioso es que, a pesar de que Jack insiste a Tony para que se entregue, este 7º día comenzó con la antesala 24: Redemption, un telefilm que situaba a Bauer en Sangala, exiliado lo más lejos posible de las autoridades que pretendían encarcelarle por sus violaciones de los Derechos Humanos.

1:28... 1:29...

Una hipocresía que los guionistas no han sabido manejar con claridad: Jack se convierte aquí en maestro de una veterana agente del FBI, y pese a sus escarceos con el reconocimiento moral de sus crímenes, la conclusión vuelve a ser "si veo a 10 niños secuestrados en un bus, haré lo que sea para liberarlos". Dí que sí Bauer. ¿Quién ha dicho que su ultraconservadurismo, tan criticado, no es parte de una propuesta que no trata de justificarse? ¿No late acaso una colosal vena demócrata en las tramas de los presidentes ficticios de EE.UU. (un negro pre-obama, un cobarde genocida y ahora una mujer)?

2:00 -> Bauer es un héroe crepuscular enfrentado ya a siete días en el infierno y que, al revés que en otros dramas, han añadido una herida más en el costado y en el alma de su protagonista. De las decenas de personajes principales que vimos estos ocho años apenas continúan con vida tres. El protagonista está en un agostamiento permanente, implacable e inexorable, y su dolor lo arrastra frente a la audiencia, como un gladiador posmoderno. Debe ser difícil interpretar a un héroe sin motivos para sonreir (y ahí está Kiefer Sutherland para que nos lo creamos) pero más duro es ver que sigue en pie, ofreciendo algunos de los momentos más excitantes y emocionantes de una televisión que le ha cogido el testigo a la acción de los 90, a la manifestación de lo analógico en un envoltorio hiperrealista y digital como el del Washington de 24.

2:24, 2:25...

Todavía puede ocurrir cualquier cosa en esta serie de víctimas por minuto, catástrofes irreversibles que se revierten, presidentes de principios inquebrantables que más bien parecen cylons bañados en la perfecta moral usamericana, dramas mínimos extrapolados al abismo del fin del mundo... y al mérito de su creador, Joel Surnow, en su propia huida hacia adelante de permanecer estilísticamente intacto en un drama sin posibilidad de más escapatoria lírica tras la acción que un llanto incontenible al final del día, una puesta de sol mortecina o las consecuencias de transmitir una violencia sin medida. Sin duda, el auténtico mérito de 24 es...

2:58, 2:59...

3:00.
(De postre, 24 según La Hora Chanante y Nacho Vigalondo)

martes, 19 de mayo de 2009

[Season Finales 4] Comedias que aún hacen reir


Con el fin de no prolongar hasta el infinito los post sobre los finales de temporada que mayo nos ofrece, se antoja imperativo reducir la carga de texto dedicado a cada serie. No consideramos aquí la comedia un género menor, sino todo lo contrario, pero el hecho de haber hablado ya de dos de las apuestas más hilarantes de la programación actual nos permite resumir, en unas líneas concisas de diáfanos argumentos, lo que han aportado este año las siguientes propuestas:

The Office
Actualmente, la apuesta más consolidada de la NBC y una garantía comercial, hasta el punto de que la cadena mareó la perdiz con la posibilidad de un Spin-off que finalmente fue una serie propia (Parks and Recreation, auténtico autoplagio).

The Office es una maravilla: el reparto de secundarios, cada vez más protagónicos, funciona como sólido engranaje en la maquinaria de diálogos brillantes y situaciones delirantes que ocurren en una oficina, por lo demás, impregnada de la gris desidia de cualquier oficina. Esta última temporada ha culminado la evolución iniciada en la 3ª. Finalmente la producción se ha librado del complejo de la versión británica de (el inmenso) Ricky Gervais y ha jugueteado con sus propios principios de ensayo surrealista sobre la monotonía, desviándose hacia tramas -o espejismos de tramas- que desfocalizan el centro dramático y se permiten explorar a los personajes en diversos entornos cómicos y emocionales, aparcada ya la necesaria descripción de pasadas temporadas. Ver a Michael Scott (Steve Carrell) abandonar su trabajo y tratar de rehacer su vida es una auténtica epopeya de proporciones mínimas.

Este nuevo rumbo, que si bien está conduciendo a la serie a territorios más convencionales y manifiestamente menos corrosivos que su propuesta fundacional, mantienen el altísimo nivel de agudeza e ingenio. Sólo así puede explicarse un capítulo "tan poco The Office" y, sin embargo, tan inspirado, como el especial 5x13 Stress Relief, en el que se brinda uno de los apocalipsis más hilarantes que se hayan visto en la pequeña pantalla (del ordenador, en nuestro caso) cuando el inefable Dwigt Scrute decide provocar un incendio para hacer un simulacro lo más práctico posible, y que demuestra que existe un humor propio y genuino, especialmente en su contraposición al desafortunado cameo de Jack Black, que desentona de forma alarmante con el status quo de la serie.

En resumen, una temporada agitada argumentalmente, arriesgada pero también más convencional, aunque todavía enorme en las actuaciones de un reparto brillante en su totalidad, lleno de frescura y que es complemento al increíble trabajo de Steve Carrell (sangrante que no haya recibido un emmy por este papel). La serie está estabilizada, y creativamente en permanente mutación, sin traicionar del todo sus raices, por lo que se espera un retorno prometedor en septiembre.


LA ESCENA

Un monólogo para la Historia: "¿Cual sería mi crimen perfecto? Me cuelo en Tiffany´s a medianoche. ¿Voy a por las joyas? No. Voy a por la lámpara de araña, su valor es incalculable. Una chica me descubre: me dice que me detenga, que es el negocio de su padre. Ella es Tiffany. Yo le digo que no. Hacemos el amor toda la noche. Por la mañana llegan los policías y yo escapo usando uno de sus uniformes. Quedé con ella en reunirnos en México... pero voy a Canadá. No confío en ella. Además, me gusta el frío. 30 años después recibo una postal. Tengo un hijo y es el jefe de policía. Aquí es donde la historia se pone interesante... Contacto con Tifanny y le digo que se reúna conmigo en París, en el Trocadero. Ella me ha estado esperando todo ese tiempo, no ha conocido otro amor. No me importa, ni aparezco. Me voy a Berlin, ahí es donde dejé escondida la lámpara de araña. "




How I met your mother

El flasback más largo de la historia sigue en plena forma, más consciente que nunca de su bien más valioso: el tremendo Neil Patrick Harris, que interpreta al misógino, cínico, pueril y aún así emocional Barney Stinson, una construcción dramática apoyada en los guiones -con altibajos, eso sí- soberbios que juguetean con la narrativa y los saltos en el tiempo, y que dominan la autorreferencia como retroalimentación y creación de iconos reconocibles para su audiencia.

La eterna postergación de la revelación de la identidad de la madre de Ted es un reclamo caprichoso -que no arbitrario- y ya no supone, ni de lejos, el centro neurálgico de la trama. De hecho, en la mejor tradición de sitcom sin complejos, son los personajes enfrentados a pequeñas eventualidades el motor semanal de la historia y los mejores gags siguen siendo, precisamente, los anecdóticos.

¡¡LA ESCENA!! (uno de los grandes gags del año)




The big bang theory

Esta sitcom, mediocre en su factura técnica y carente de toda originalidad en lo narrativo ha ganado soltura en su segunda temporada gracias a la autoconsciencia por parte de los guionistas de sus puntos fuertes: la tensión sexual no resuelta entre Penny (Kaley Cuoco) y Leonard (el limitadísimo actor Johnny Galecki), cesión de algunos momentos de dramedia al actor Simon Helberg -que interpreta al judío Howard- y la omnipresencia de Sheldon Cooper (Jim Parsons) como contrapunto marciano a las tramas, que son cada vez más frikis, como cabía demandar.

Por lo general, el nivel de la serie, ya asentada, ha mejorado enteros gracias a un mayor dominio de los personajes -de descripciones establecidas- y a la brillantez de las líneas de Sheldon, magistralmente interpretado por un secundario a la altura del Niles de Fraiser: un prepotente, antisocial y casi lexitímico personaje encarnado con inteligencia que consigue alzarse por encima del encorsetado contexto de algunos gags.

Lo más interesante de The Big bang theory es su prometedor futuro. A pesar de su falta de pretensiones la serie recoge auténticos hallazgos cómicos en sus referencias a la cultura popular y a la ciencia, a la ficción y el merchandasing (desde la singular pespectiva freak) que son el auténtico encanto de la propuesta. TBBT es un retrato generoso, distanciado y blanco de los nerds, un entretenimiento descerebrado sobre personajes cerebrales, pero sólido y con posibilidades de convertirse en una comedia de referencia.

LA ESCENA

lunes, 18 de mayo de 2009

[Season Finales 3] House, a estas alturas

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Llevamos cinco temporadas disfrutando de las tramas de House, una serie que a día de hoy vive en un curioso equilibrio: se mantiene como serie de referencia para la crítica, bloguers y especialistas. Sin embargo, acusa el agotamiento de la audiencia. Parte de la culpa es su estructura procedimental, que si bien estaba presente desde el primer día, no fue el reclamo principal para el público más pasivo o casual.

House es un personaje complejo, magnético, pero a estas alturas no es capaz de llevar sobre sus hombros una audiencia que no conecta ni con sus casos médicos, ni con sus secundarios circunspectos, innacesibles y, a veces, demasiado cerebrales en su verbalización de los complejos enigmas que plantean los guionistas. La metáfora de la no-evolución del final de la tercera temporada, cuando House cambiaba su guitarra por otra igual, se mantiene, le pese a quién le pese. Es ya un recurso recurrente por parte de los showrunners amenazar con desbrozar la impertubabilidad de la trama: en la 2ª temporada fue la incorporación de la exmujer de House, que amenazaba con trastocar su infranqueable carcasa cáustica; en la 3ª fue el hazllazgo de un tratamiento que curó temporalmente la cojera del protagonista; en la 4ª la ruptura emocional con Wilson tras el fallecimiento de su novia y ahora, en la 5ª, nos vuelven a proponer un espejismo: la desintoxicación de House.

House no puede cambiar porque el concepto de la serie es una convención: se mantiene el esqueleto (calcado a los relatos cortos de Sherlock Holmes), pero en su contenido están las sorpresas. Su personaje es una fuerza de la naturaleza enfrentada, en cada episodio, a alguna realidad social, médica, psicológica, filosófica o religiosa en la que su honestidad y cinismo abren una brecha que da lugar a la reflexión. Los secundarios tampoco están abocados a grandes romances, y las tramas siempre exploran -desde el suspense- algún aspecto relevante, moral, de sus personalidades, en lugar de ceder a un folletín que abra su target a los fans de Anatomía de Grey. Así, cada capítulo es pura estructura: trama médica + trama House + trama secundaria, suavemente superpuestas, y siempre resueltas como un todo. Lo que ocurre entre sus personajes es pura interacción detectivesca. Todos tienen aptitudes inhumanas para recabar pistas, dirimir segundas intenciones y manipular con su retórica, tanto en lo personal como en lo profesional. Efectivamente, pese al cuidado de la producción para constatar la veleidad de la realidad laboral, y la profundidad de unos personajes tan banales, intercambiables, como humanos, cada capítulo de House es, en resumen, una experiencia intelectual y dramática, no siempre un entretenimiento vacuo con el que conectar un martes crepuscular, ni una comedia.

Pero la pendencia entre el pedigrí de las tramas de House contrapuestas al agotamiento de su fórmula procedimental queda decidida por esos dos o tres capítulos por temporada en los que sus recursos se ponen al servicio de la experimentación argumental y la dirección artesanal (especialmente destacables son las colaboraciones de Campanella), que siguen ofreciendo, de forma autocombustible, algunas de las mejores horas de televisión del año. Si, es cierto que algunos huelen a Emmy, como 5x19 "Locked in", en el que la mitad del capítulo está narrado desde la impotente perspectiva de un paciente que sufre un daño cerebral que le inhabilita a comunicarse con otras personas. Pero esta 5ª temporada nos ha regalado 5x04 "Birthmarks", dónde Wilson secuestra a House para acudir al funeral del padre de éste, y el viaje nos revelará como estos amigos se conocieron (episodio que es hermano argumental de 3x07 "Son of Coma Guy", también al estilo road-movie, que nos ofrecía otra revelación: por qué House decidió hacerse médico).

También son destacables 5x09 Last Resort (o cómo House de rehén es más peligroso que su propio secuestrador), 5x15 "Unfaithful" (o House VS God 3) y la trilogía de capítulos que cierran la temporada, directamente relacionados con el trauma que produce en House la desaparición de un personaje y que provocan la personalización de su subconsciente en la confusa y provocadora imagen de Amber, cuando en realidad, el telón de fondo vuelve a ser la dependencia de la vicodina.

Las moralejas en House son contradictorias, variadas y siempre abiertas; y la carencia de entidad emocional en sus personajes no contradice su capacidad para poner sobre la mesa auténticos dilemas para el espectador. A estas alturas, las frases célebres por capítulo en House son mucho más difíciles de encontrar y la amenaza de cambios ya no sorprende. Sin embargo, su rutina mantiene el entretenimiento, la calidad y el atrevimiento de algunos planteamientos y sigue siendo plataforma para algunos de los momentos más interesantes de la temporada televisiva; mérito, entre otros, de un siempre inspirado David Shore. Si ha saltado el tiburón, desde luego es la serie que mejor lo disimula.

domingo, 17 de mayo de 2009

[Season Finales 2] Fringe: el monstruo de la semana (por J.J. Abrams)


Estas dos últimas entradas podrían llamarse perfectamente "El regreso de J.J." y "El retorno de Joss Whedon", o "Cómo complementar lo episódico y lo serial". Ambos autores tienen mucho que ver con la Tercera Edad Dorada de la ficción norteamericana en el sector de las network. El primero, como arquitecto de la nueva imaginería viral y mecenas del espectáculo interactivo; el segundo, como artesano de buen entretenimiento y dialoguista de primera linea. Ambos están muy próximos a la concepción del cómic, y sus creaciones se retroalimentan en este revival de géneros que vienen representando últimamente. Además, las dos fueron las apuestas novedosas de la FOX de este año, a las que concedió 10 minutos más que al resto de sus series. Eso sí, desde el principio, Fringe fue la niña mimada y Dollhouse fue la oveja negra. Por algo Whedon no está haciendo el remake de Star Trek... Pero ahora toca hablar de Abrams.

El ínclito J.J. es, a día de hoy, un exponente claro de talento eficiente para el cine comercial inteligente. Como director y productor, entiende el lenguaje del espectáculo (fue guionista de Armagueddon), pero su formación televisiva le ha hecho lidiar con recursos más limitados, haciéndole experto en capítulos piloto sólidos, de gran factura y siempre interesantes. Como productor y guionista, ha sabido crear un estilo propio, para el cual se ha rodeado -como Whedon- de algunos impagables profesionales que enriquecen sus ideas. Stephen Williams o Jack Bender, por ejemplo, son algunos de sus directores habituales, mientras que los maravillosos violines de Michael Giachinno dotan de trascendencia sus secuencias. A Abrams se le presupone cabecilla de cada magistral giro de guión en sus producciones, pero lo cierto es que él apenas es responsable (y ese mérito es crucial) de enseñar los primeros pasos a sus criaturas. Desde su participación estrecha en los capítulos clave de Alias, hasta la intachable dirección del piloto de Lost, J.J. se ha ido alejando progresivamente de la TV, al mismo ritmo que los grandes estudios de Hollywood llamaban a sus puertas.

Pero mientras tanto, y desde cierta distancia, Abrams continúa con su intención de revivir todos los géneros que en el pasado funcionaban. Olvidando Felicity -un drama adolescente bastante sólido, que hoy en día sería un auténtico oasis de levedad, falta de efectismo y un razonable encanto carente de tópicos-, la excelente Alias revivió las series de espías a lo Misión Imposible con una factura fantástica, sensibilidad, nervio, y un enrevesadísimo argumento en perpetua mutación; un ensayo sobre lo que después sería Lost (revisión comiquera, filosófica y comercial de El prisionero). En efecto, ambas series comparten la estructura mitológica: Alias ostenta drama, acción y algo de terror finalmente amalgamado con dosis progresivas de ciencia ficción; preguntas asombrosas de respuestas dilatadas (y, por lo general, mucho menos interesantes); personajes moralmente ambiguos y revelaciones asombrosas... Y, por supuesto, un dominio de la serialización como nunca se había visto antes, con el uso indiscriminado, inteligente e incluso doctrinal del cliffhanger. Todo lo que Alias tenía de bueno, lo heredó Lost, llevado al límite.


Ahora bien, igual que los remakes cinematográficos, que reducen a marchas forzadas la diferencia cronológica con las películas que adaptan, el "hype" de Fringe viene a devolvernos el Expediente X de los 90. Y, en una suerte de retoño humano-cylon (como dijo Antonio Trashorras en la crítica más apasionante, surrealista y pedante que he leído nunca de una película), la serie viene a reinventar, pero también a quemar, en una sóla temporada, todo lo que Expediente X fue en 10 temporadas, aunque, esta vez, de forma pretendidamente incombustible.

Fringe, todo el mundo lo sabe, nacía con la intención de devolvernos las series episódicas de los 80 y los 90. No tan procedimentales (estilo CSI) como autoconlusivas, algo así como el "monstruo de la semana". Aunque la idea era loable, la serie no terminó de convencer en su primera hornada de capítulos. Si bien el elenco era correcto, y los casos interesantes, había algo que no terminaba de despegar. Hasta que el toque Abrams, que siempre había estado latente, empezó a extenderse. La mitologia comenzó a desplegarse: los pérfidos y esquivos enemigos (Massive Dynamic), la interacción con el espectador (The observer, un misterioso personaje al que se puede buscar en todos los capítulos, cual Wally, entre los pliegues de cada plano), la conspiración (El patrón), el misterio de su protagonista -Olivia Dunham (Anna Torv)- cuyo destino está marcado por sus poderes (ya visto en Alias)... pero, sobretodo, el magnífico, fresco e inspirado Walter Bishop, interpretado por John Noble, un científico excéntrico, pseudo-amnésico y absolutamente ajeno a las convenciones sociales, cuyos horrores cometidos en el pasado son la base para su expiación. Conviene cogerle cariño pronto, para disfrutar de la acidez de sus inconveniencias desde el principio, superado el escepticismo inicial al recordar que Noble interpretó al insoportable Rey Denethor en El Señor de los Anillos.

Cada semana, de la mano de Walter y su equipo, el espectador se enfrenta al entreteniminto de los accidentes abstrusos y peligrosos que pueblan las tramas, mientras el rompecabezas de la mitología va agregando piezas, siempre apegado a la complicidad de un receptor activo llamado a ver más allá de lo que parece. Seguramente, el puzzle vaya creciendo subrepticiamente mientras la falsa sensación de completitud engancha a la audiencia. Pero ahí está la genialidad de los narradores bajo la sombra de Abrams. Tras el final de temporada los responsables pueden enorgullecerse de haber dado forma al conjunto y abrir un giro "post- post-11S" más que interesante, zambulléndose en las aguas de la ciencia ficción inteligente y espectacular que escarcea con el abismo del thriller fantástico.

[Season Finales 1] Dollhouse: compleja, fallida, notable y renovada

Una de las series más esperadas de la midseason del 2009, sino la más esperada, ha concluído por fin. Desde muchos, muchos meses antes de su estreno, había todo un fandom de Joss Whedon -su creador- apuntando las neblinas de su camino: un planteamiento innacesible, una cadena intransigente y un reparto descompensado. El resultado ha sido agridulce: se puede hablar de serie fallida en términos dramáticos, pero -ante la sorpresa general- la malvada y chapucera cadena FOX ha sorprendido a propios y extraños otorgándole una segunda temporada que todos deseábamos, conscientes -honestamente- de que no se la había ganado, ni en audiencia ni en calidad. ¿Qué ha ocurrido con Dollhouse?

El escenario es la época actual (norteamericana). Entre los residuos mediáticos que circulan por la opinión pública, existe uno en particular que trae de cabeza al policía Paul Ballard (Tahmoh Penikett, nuestro querido Helo de Galáctica): el proyecto Dollhouse (que nada tiene que ver con la película del inefable Todd Solonz). La leyenda urbana dice que cierta organización secreta se dedica a utilizar modelos humanos e implantarles personalidades a la carta para servir de esclavos a los burgueses que puedan costearse estas fantasías. La realidad es que esta compañía existe, y tiene sucursales en diversas localizaciones del planeta. Dirigida con mano férrea por Adelle DeWitt, en Dollhouse no se toleran fallos: la tecnología es de ensueño y las medidas de seguridad no permiten intromisiones. Los "activos" (dolls) que circulan por los pasillos castrados psicológica y sexualmente esperan dócilmente a que se les encargue una misión, y el informático Thoper les implante una nueva personalidad. Cualquier acción será posteriormente borrada de sus memorias. Estos muñecos a la carta son humanos que voluntariamente firmaron un contrato: ellos servirán de esta forma a Dollhouse sin conciencia, amnésicos, y serán liberados tiempo después, sin recuerdo de los años que se han quitado de encima. El espectador se internará en la historia a través de uno de esos "activos": la joven Echo (Elizha Duzhku, conocida por ser la Faith de Buffy, Cazavampiros, también de Joss Whedon).

Este es el planteamiento de la serie. Se trata de una inspirada contrautopía en la línea de lo que un Ray Bradbury o un H.G.. Wells podían haber imaginado. Whedon no deja de sorprender en la lluvia de ideas que descarga sobre el espectador, siempre interesado en provocar el dilema moral y en releer las posibilidades de su invento. Así, durante los 13 capítulos, exploraremos las muy diversas posibilidades de un argumento, a priori, tan limitado. Si la temporada comienza de forma fuertemente episódica (a Echo se le implanta cierta personalidad con el fin de satisfacer una demanda, y este fin acaba torciéndose), de forma secundaria se va tejiendo una interesante subtrama sobre los activos (errores en su programación que los hacen humanos, datos sobre el pasado de sus cuidadores, revelaciones sobre quién es activo y quién conserva su personalidad original) mientras que se sigue la historia del policía Paul Ballard, el único personaje externo cuyos indicios le hacen creer en el proyecto Dollhouse y perseguir su extinción.

El desarrollo de la serie ha sido desigual. Las interferencias de la cadena impidieron a Whedon plantear el argumento a su manera, y los 5 primeros capítulos son un auténtico eclipse al corazón de la trama; es a partir del sexto episodio cuando se marca la seriealidad, los personajes exhalan diálogos magníficos, y comienza a orientarse cierto arco narrativo. Pero si Dollhouse es una serie fallida, en líneas generales, es por su propio planteamiento. Si éste fuera un proyecto para la HBO, se hubiese potenciado la psicología y la crítica social que late bajo el entretenimiento, y quizás la falta de empatía con los personajes tendría más sentido. Pero la absoluta falta de identificación con un protagonista sin núcleo de personalidad, obligado cada semana a ser alguien distinto, es un lastre. Y si este personaje esta caracterizado por una Eliza Duzku limitadísima de talento, peor.

De la mayoría de personajes sólo conocemos sus carcasas, y la doble lectura que se establece derivada de sus misiones es aún más desalentadora: en ocasiones, los "dolls" tienen diálogos inspirados y muy divertidos, pero el espectador sólo ve a personalidades implantadas conversando, personalidades de las que nada volveremos a saber y cuya ironía/amargura/comicidad/brillantez es tan efímera como el capítulo. Es un metalenguaje inadmisible para captar a un espectador. Es una propuesta serializada con escasos elementos de serialización, puesto que los personajes que no son "dolls" -y que sí, están trabajados y tienen la garantía-whedon de tridimensionalidad- no dejan de ser secundarios sin un sólo vínculo emocional con la audiencia, que para colmo trabajan en una atalaya opresora e inmoral. Dollhouse es un proyecto de la FOX y planteamientos tan interesantes como la esclavitud consentida, se retuercen entre clichés del género de acción y elementos de suspense más o menos manidos.

Pero a Dollhouse le salva el genio de su creador y de su fiel compañero en los guiones, Tim Minear, genio que se intuye en algunos capítulos de retazos inolvidables. Tal y como ya hizo Whedon en Dr. Horrible, el capítulo 1x06- "Man on the street" mezcla tintes de comedia -a modo de informativo, alguien nos acerca divertidas delcaraciones de la gente de a pie sobre el supuesto proyecto Dollhouse- con un componente dramático de peso: la violación de uno de los Dolls, un tema grave que se trata con crudeza y que saca a relucir interesantes aportaciones de todos los personajes, encaminados hacia la continuidad. En el 1x08- "Needs", ante la inminente insurrección de los Dolls, cada vez más conscientes de sus experiencias, Adelle decide solucionarlo mediante una imaginativa y sabia decisión: provoca que sus "activos" culminen los deseos prohibidos que han ido germinando en capítulos previos. Echo, la protagonista, consigue así liberar a sus compañeros esclavizados (aunque se trate de una ilusión); Victor, un doll que comenzaba a despertar sexualmente, es correspondido por la responsable de esta anomalía: Sierra (la doll violada, que a su vez recupera la confianza en el contacto humano). Una vez calmadas sus necesidades, los Dolls vuelven a ser más domésticos que nunca. El inteligente fascismo de Adelle triunfa una vez más sobre sus siervos no-tan-descerebrados.


En definitiva, ideas llenas de ingenio han terminado formando un conjunto insatisfactorio, en el que la mezcla de suspense, acción, psicología y diatriba moral se ve constantemente ahogado por la aplastante complejidad de su concepto y por una protagonista mediocre. Whedon es conocido por su habilidad para construir entretenimientos frívolos en los que rutilan ocasionalmente destellos de genialidad y subyacen al mismo tiempo metáforas de gran calado. Ahora que ha conseguido una inesperada renovación, Whedon tiene la responsabilidad de darle un giro a la arquitectura, ya dispuesta, de su nueva ficción, que si bien está muy por debajo de lo que consiguió con Firefly, ha demostrado de sobra que incluso en una propuesta tan complicada hay espacio para la sorpresa y su veleidosa habilidad para los diálogos fascinantes. Whedon es el rey de la dramedia con estilo, y aunque su nuevo proyecto no ha enamorado todavía, el potencial en sus manos es siempre prometedor.