lunes, 22 de marzo de 2010

Dollhouse: un diamante en bruto


Se acabó. Una de las series más bizarras de la historia de las network ha concluido para siempre, y me atrevo a aventurar que no habrá ni telefilms al respecto ni spin-offs ni mucho ruido. Quizá cómics. Esta serie ha durado solo dos temporadas de 13 capítulos (y no 12, porque, digan lo que digan, "Epitaph One" -que cerraba la primera temporada- no es ya "un capítulo perdido", sino pieza indispensable del esqueleto de Dollhouse).


Crónica de una cancelación anunciada
Ha sido un viaje emocionante y totalmente inesperado. Del tortuoso y deleznable arranque a la precipitación narrativa en dos tiempos: desde que la serie pudo ser cancelada (final de la primera temporada) hasta que lo fue (casi toda la segunda temporada). Dollhouse es una de las historias mas curiosas e inclasificables de la televisión, el producto amorfo y sin aristas que ha dado la guerra entre una mente innovadora, sutil, paciente; y una cadena conservadora, tosca, impaciente. Una obra de artesano con vocación comercial. Una obra comercial con las torpezas del artesano. Los dos bandos han fallado: FOX apostó por ella hasta el final pero truncó sus comienzos con consideraciones absurdas. Pero Whedon tuvo amplia libertad creativa y no supo encontrar la forma de hacer la historia sólida, emotiva e interesante. Es una lástima que el microcosmos fan que ha sobrevivido a los muchos defectos de Dollhouse haya encontrado en su tramo final una serie que podría haber hecho Historia.


Defectos brillantes
Si tuviera que apostar por el defecto más gordo: la falta de empatía con los personajes. Se dice por la blogosfera que fueron las obligaciones impuestas por la cadena, el querer hacer capítulos autoconclusivos, las que espantaron a la audienca. Desde luego, Whedon se mueve mejor en lo serial. Pero he visto productos que comenzaron medianamente autoconclusivas cuando su encanto era seriado (Alias, de la que Dollhouse tomó algún que otro elemento) y aguantaban mucho mejor el tipo en sus inicios. No. En Dollhouse se partió de una premisa distópica, cruda, que no encajaba en ese ambiente pseudopop. Los personajes, coherentes con la premisa, se diluían en tramas que pretendían impactar al espectador. Y esto generó una contradicción: en un mundo donde los personajes principales -los activos- no tienen personalidad y los secundarios -de moral cuestionable al participar de esto- podrían ser activos... no hay espacio para la empatía. Y no hablo de identificación, sino de empatía, de interés por esos personajes, de certezas que nos permiten establecer un discurso propio frente a ellos. La serie jugó demasiadas veces la carta sorpresa de "...¡era un activo, su personalidad era de broma!". Y eso, en el mundo de certidumbres que exige el espectador de a pie, es un suicidio narrativo, más que una revelación emocionante.


Al final de los primeros capítulos; a lo largo de muchos de la segunda, al término de la primera temporada e incluso en el propio final de la serie, nos hallamos repetidamente ante la "sorpresa" de que un personaje relevante resulta ser un doll, un muñeco, una cáscara. Sólo cuando hemos entrado en la trama y empezamos a hacer pie descubrimos lo sugerente que es ese planteamiento, lo bien que hubiera servido a una serie de cable con una ambición acorde a lo que proponían aquí Whedon y cía. ¿Un hombre con un daño cerebral irreparable al que le insertan un backup desactualizado de si mismo, es el mismo hombre? ¿Y si ese hombre hubiese rechazado sistemáticamente ese tipo de medidas? Whedon es un maestro del conflcto interno en la ciencia ficción. Maestro de plantearnos dudas angustiosas sobre realidades que aún no conocemos y que tienen que ver con el hombre, con su autonomía y sus principios.

Casi todos los "fallos" de Dollhouse han terminado por reconvertirse en genialidades cuando la serie se ha visto forzada a concluir. Sin embargo, muchas tramas se han precipitado hacia la conclusión-bomba, con revelaciones de personajes totalmente anticlimáticas. El villano que se descubre en la trama final ha sido encajado cuidadosamente con vaselina para que no chirriase. Pero chirría, por no hablar de que se trataba de uno de los personaje que, con toda su ambigüedad, era un terreno seguro Y, por su fuera poco, finalmente se nos revela -¿¡sorpresa!?- que es otro maldito doll. Y ya para rematar: en su estado inofensivo y cándido (los "activos" en la serie, cuando no están en acción, viven en una especie de limbo mental), los protagonistas deciden castigarle convirtiéndole en un bebé-bomba que vuela "la cueva de los malos". Si a los responsables de la serie no se les ha ido la olla a Júpiter con este final, que baje dios y lo vea.


Epitafios de ingenio y muerte
Recientemente se anunciaba en la prensa norteamericana un capítulo de LOST que todos deberíamos tener marcado en el calendario: "Across the sea". Y nos daban una pista: "¿has visto alguna vez un capítulo de una serie sin ninguna de sus estrellas principales?". ¿Sugerente, no? Bien, yo sí he visto esa serie. Es Dollhouse, que sorprendió a propios y extraños con un capítulo que condensaba en 40 minutos a donde nos llevaría la mitología de la serie, centrada en un grupo de desconocidos y con apenas brevísimos cortes para hablarnos de los protagonistas oficiales. Se llamaba "Epitaph One" y era un capítulo no-oficial magnífico, donde Whedon se cargaba a la humanidad por no haber respondido en audiencia este proyecto. De verdad que lo creo... No por casualidad, en el capítulo de la segunda temporada "Crazy little thing called loved", el alterego de Whedon -el villano Alpha, la esperanza rota de la serie- trata de cargarse aquello que jodió Dollhouse por culpa de la FOX: los primeros casos de la serie, encarnados en ese novio insulso de trama estúpida y moto guay al que en este capítulo hacen volar por los aires. Eso si que es justicia poética.

Eliza Dushku, Tahmoh Penikett (vaya nombrecitos) y, en el centro, el genio.

Pues bien, "Epitaph Two" ha sido una magnífica conclusión. Pocos autores en televisión pueden permitirse semejante flasforward (por muy de moda que estén) y resolver la trama con los personajes en unas coordenadas emocionales que el espectador apenas conoce. Como ya ocurría con Buffy, los personajes están enfrentados a una guerra en la que no pueden ganar, pero ganan. En la lucha se pierden vidas. Y cuanto mas rápidas, desenfocadas e infrasubrayadas estén estas muertes, mejor. Así le gusta a Whedon despedirse de los personajes en los desenlaces: sin artificios, como si fuera una guerra real y no hubiera tiempo de contemplar el cadaver del amigo que te ha acompañado tantas horas. Puede discutirse si es una falta de respeto al espectador y al tono. Personalmente, es lo que pensé cuando murió Tanya en Buffy, Cazavampiros. Whedon había advertido que habría una muerte rápida, violenta, sin sentido, como en la vida real. Pero la ficción y la realidad tienen códigos distintos, y como autor uno contrae ciertas responsabilidades con el relato que a Whedon le gusta traicionar.

En efecto, como sueña todo aquel que ha escrito algo hasta el punto en que los personajes tienen vida, coqueteamos con la idea de sumirlos en la tragedia, torturarlos de formas crueles y retorcidas, matarlos sin rubor... porque somos sus dioses. Whedon, que es un genio (y un ególatra) es un sádico emocional en este sentido. A pesar de que su fuerte es trufar de orginal comedia momentos puramente situaciones, se recrea dando un final lo más negro posible a sus historias. Sin excepción: Buffy, Angel y hasta Doctor Horrible, (¡que es una comedia musical de 40 minutos!) tienen finales muy oscuros, plagados de muerte. También Firefly, aunque en menor medida. Es su marca, y le debo todas las emociones contradictorias y viscerales que nos han dado sus obras. Pero las cosas como son: a veces traiciona el espíritu de lo que ha ofrecido, tiñendo de crueldad lo que, de no tratarse de la recta final de su historia, podría resolverse con alivios cómicos.

Otra manía: el capítulo S02E10 "The Attic" es un autohomenaje/reflejo/autoplagio del capítulo de Buffy S04E22 "Restless", donde lo inquietante no es que los personajes exploren sus miedos a través de pesadillas (se ha dado en más series, como Smallville) sino que, de nuevo en una serie del whedonverso, estas pesadillas estén recorridas por un monstruo antropomórfico de raza afroamericana. ¿Por dios, qué sueña Whedon?

Whedon in the air
Puede concluirse que la serie, que comenzó muy mediocre, merece mucho la pena. Desgraciadamente, los primeros capítulos son necesarios para ir sembrando el cariño hacia sus complejísimos personajes. La aventura termina en los "Epitaph One" y "Two", que bien podrían ser un telefilme de cierre argumental.

En cierto modo ha sido como una ruptura de la suspensión de credibilidad. Al comparar la premisa con lo que es -tan súbitamente- el desenlace, da la sensación de vivir en mundos distintos. Y es casi un juego metanarrativo, donde te descubres viendo hasta donde ha llevado Whedon una premisa defectuosa... Ahora, por fin, la serie estaba establecida y sus personajes funcionaban. Pero demasiado tarde. Es el segundo fracaso gordo de Joss Whedon en una generalista. ¿Cual será su siguiente movimiento?

Hace no mucho tuve la oportunidad de charlar con Concepción Cascajosa Virino, probablemente la mayor experta en España sobre Joss Whedon y culpable de que un servidor se atreviese a darle una oportunidad a un producto tan desprestigiado como Buffy, Cazavampiros. Ella, sin saberlo, me introdujo en el whedonverso y en el análisis de series, algo difícil de disociar (como demuestra este artículo). Fue duro, por eso mismo,verla despotricar, en directo, de Dollhouse e incluso lamentar que la FOX hubiese sustituido a Las crónicas de Sarah Connor por este programa. Pero más duro escuchar la sugerencia de que Whedon, que se ha puesto muy de moda, estaba sobrevalorado.

Parece ser una historia circular: el auge y caida de Whedon. Sabemos que no es así y que quizás sólo toque volver a los terrenos sin pedigrí de la CW. Los efectos de sus historias permanecen durante días dando vueltas en nuestra cabeza, nos revuelven. Y eso, en un autor que ha desarrollado un discurso atemporal, vibrante, sobre lo que nos hace humanos, es más que loable.