martes, 28 de abril de 2009

El internado: ingredientes ajenos bien empleados

Se acerca el estreno de la 5ª temporada de El Internado. Para un servidor, frente a otros experimentos narrativos encomiables de la narración española (Guante blanco, Desaparecida, Cuenta atrás) éste es el que mejor ha funcionado en una doble vertiente: por un lado, en audiencia; y por otro -a medias- en lo que sus autores realmente pretendían conseguir por primera vez en España, crear una serie de culto (y no vale la magnífica colección clásica de Historias para no dormir de Chicho IBañez Serrador). En efecto, El Internado es el vivo ejemplo de una serie que quiere triunfar por sus tramas, pero que en último término los hándicaps a la española bien manejados (el product placement, necesidad de torsos desnudos por capítulo, duración de hora y media) han ayudado a asentarse dentro del target juvenil más apetitoso posible.

En primer lugar, abordemos sus bondades, deudoras directamente de Lost, Los Cinco y Harry Potter, entre otras referencias evidentes bien integradas por los guionistas. Las dos últimas son más obvias: los personajes se enfrentan a tramas detectivescas que resuelven en plena cooperación amistosa, no exenta de las vicisitudes de la pubertad (tal y como es el modelo de Los cinco, o los magos); las relaciones con los profesores están tejidas entre la autoridad, la rutina escolar, la sospecha y aquellas que trascienden a la emotividad (Hector-Marcos, Harry-Dumbledore), sin olvidar que los personajes están enmarcados en un internado (Hogwarts) construido sobre pasadizos secretos, habitado por profesores de soterradas intenciones homicidas (que vienen, van, mueren y matan) y rodeado por un bosque oscuro plagado de peligros (y monstruos). Perfectamente, uno puede vender una serie conjugando estos elementos.

Pero el hallazgo más inteligente (en su puesta en práctica, que no en su originalidad precisamente) está en el ritmo y la dosificación de misterios al más puro estilo Carlton Cuse-Damon Lindendof en Perdidos. El empleo del cliffhanger al final de cada capítulo, los misterios que implican giros en las relaciones de confianza de los personajes (cuya ambigüedad da como resultado un gran juego narrativo), la dosificación de las intricadas historias de cada miembro del Laguna Negra (que-nunca-son-lo-que-parecen), el empleo de flasbacks temáticos por capítulo (el plagio más descarado de la serie de J.J.Abrams), el uso de El internado como un personaje más (con su historia, misterios, y escenografía siempre al servicio del argumento) y finalmente, por desgracia, el ¿innecesario? salto sin red hacia la ciencia ficción.

En Perdidos -honestamente- pocas salidas quedaban a la complejidad de sus enigmas, inicialmente planteados sin orden ni concierto y sin un plan maestro, lo que llevó a sus creadores al camino, sinuoso pero bien trazado, de los viajes en el tiempo, los poderes y las anomalías electromagnéticas (elementos que, por si acaso, siempre habían estado presentes). Sin embargo, en El Internado, sorprendentemente -y cómo quedó claro en la segunda temporada- supieron cerrar la trama más peligrosamente fantasiosa -la del monstruo- con una resolución sólida y digna, alejada de humos negros. Y, de repente, a alguien se le ocurrió empañar esta decisión con la aparición de fantasmas, una trama incialmente potente y posteriormente bochornosa que le arrebata credibilidad a la serie y resta impacto a revelaciones posteriores (que incluyen -AVISO DE SPOILERS- el régimen nazi, sin ir más lejos, y un niño capaz de soñar con el futuro).

Taras propias del medio

Pero sin la distracción de críticas gratuitas y prejuiciosas, lo que los guionistas de El internado trataron de construir era más que digno: una mezcla de folletín, drama, suspense, terror y algún punto de desahogo cómico gracias a la participación de las más pequeñas de la serie. ¿Problema? Que para sacar esto adelante y rellenar una hora y media de capítulo deben seguirse unas diez tramas de personajes; que el arco principal de la serie (la desaparición de los Noboa Pazos) no vislumbra un final; que los que adquieren el DVD no tienen porque soportar las escenas obligatorias por capítulo que incluyen una referencia al coche, a la leche y al servicio de envío de paquetes; que el contraste entre los soberbios Amparo Baró/Luis Merlo con Martin Rivas/Ana de Armas son más que notorios; los desnudos gratuitos; las frases demoledoramente tópicas; que no haya nada en el Internado que haga creíble que alguien mandaría a su hijo a ese infierno, y la cutrez de algunos decorados echan por tierra la que podría ser una serie de culto que, pese a todo, está infravalorada, dados los resultados y las cotas de entretenimiento, buena factura y originalidad (o sabio uso de ingredientes ajenos) que han sabido ofrecer, sin decantarse por el culebrón y respetando siempre esa mitología tan advenediza que han sabido asentar.

Como curiosidad, algo que no pasó desapercibido al que esto escribe hace dos años. Se trata del anuncio de la 2ª temporada de El Internado en el que se refuerza la teoría de la influencia de Harry Potter en el alma de esta ficción. En efecto, y no por casualidad, en lugar de usar la partitura más conocida de la saga (obra de John Williams), se decantaron por una bellísima pieza que acompaña "El vuelo del hipogrifo", una de las mejores escenas de la historia de la cinematografía infantil, según Las Horas perdidas, y yo lo secundo entusiasmado. Una escena que el brillante director Alfonso Cuarón (Y tu mamá también, Hijos de los hombres) se sacó de la manga en esa magnífica fábula inspirada en la obra de J.K. Rowling. Aquí dejo ambos videos:


El internado-Harry Potter

Cómo ve Alfonso Cuarón Harry Potter


(Por supuesto, esta corta escena tiene unas 20 veces mayor presupuesto que el Internado en 15 temporadas... de ahí el mérito)