domingo, 17 de mayo de 2009

[Season Finales 1] Dollhouse: compleja, fallida, notable y renovada

Una de las series más esperadas de la midseason del 2009, sino la más esperada, ha concluído por fin. Desde muchos, muchos meses antes de su estreno, había todo un fandom de Joss Whedon -su creador- apuntando las neblinas de su camino: un planteamiento innacesible, una cadena intransigente y un reparto descompensado. El resultado ha sido agridulce: se puede hablar de serie fallida en términos dramáticos, pero -ante la sorpresa general- la malvada y chapucera cadena FOX ha sorprendido a propios y extraños otorgándole una segunda temporada que todos deseábamos, conscientes -honestamente- de que no se la había ganado, ni en audiencia ni en calidad. ¿Qué ha ocurrido con Dollhouse?

El escenario es la época actual (norteamericana). Entre los residuos mediáticos que circulan por la opinión pública, existe uno en particular que trae de cabeza al policía Paul Ballard (Tahmoh Penikett, nuestro querido Helo de Galáctica): el proyecto Dollhouse (que nada tiene que ver con la película del inefable Todd Solonz). La leyenda urbana dice que cierta organización secreta se dedica a utilizar modelos humanos e implantarles personalidades a la carta para servir de esclavos a los burgueses que puedan costearse estas fantasías. La realidad es que esta compañía existe, y tiene sucursales en diversas localizaciones del planeta. Dirigida con mano férrea por Adelle DeWitt, en Dollhouse no se toleran fallos: la tecnología es de ensueño y las medidas de seguridad no permiten intromisiones. Los "activos" (dolls) que circulan por los pasillos castrados psicológica y sexualmente esperan dócilmente a que se les encargue una misión, y el informático Thoper les implante una nueva personalidad. Cualquier acción será posteriormente borrada de sus memorias. Estos muñecos a la carta son humanos que voluntariamente firmaron un contrato: ellos servirán de esta forma a Dollhouse sin conciencia, amnésicos, y serán liberados tiempo después, sin recuerdo de los años que se han quitado de encima. El espectador se internará en la historia a través de uno de esos "activos": la joven Echo (Elizha Duzhku, conocida por ser la Faith de Buffy, Cazavampiros, también de Joss Whedon).

Este es el planteamiento de la serie. Se trata de una inspirada contrautopía en la línea de lo que un Ray Bradbury o un H.G.. Wells podían haber imaginado. Whedon no deja de sorprender en la lluvia de ideas que descarga sobre el espectador, siempre interesado en provocar el dilema moral y en releer las posibilidades de su invento. Así, durante los 13 capítulos, exploraremos las muy diversas posibilidades de un argumento, a priori, tan limitado. Si la temporada comienza de forma fuertemente episódica (a Echo se le implanta cierta personalidad con el fin de satisfacer una demanda, y este fin acaba torciéndose), de forma secundaria se va tejiendo una interesante subtrama sobre los activos (errores en su programación que los hacen humanos, datos sobre el pasado de sus cuidadores, revelaciones sobre quién es activo y quién conserva su personalidad original) mientras que se sigue la historia del policía Paul Ballard, el único personaje externo cuyos indicios le hacen creer en el proyecto Dollhouse y perseguir su extinción.

El desarrollo de la serie ha sido desigual. Las interferencias de la cadena impidieron a Whedon plantear el argumento a su manera, y los 5 primeros capítulos son un auténtico eclipse al corazón de la trama; es a partir del sexto episodio cuando se marca la seriealidad, los personajes exhalan diálogos magníficos, y comienza a orientarse cierto arco narrativo. Pero si Dollhouse es una serie fallida, en líneas generales, es por su propio planteamiento. Si éste fuera un proyecto para la HBO, se hubiese potenciado la psicología y la crítica social que late bajo el entretenimiento, y quizás la falta de empatía con los personajes tendría más sentido. Pero la absoluta falta de identificación con un protagonista sin núcleo de personalidad, obligado cada semana a ser alguien distinto, es un lastre. Y si este personaje esta caracterizado por una Eliza Duzku limitadísima de talento, peor.

De la mayoría de personajes sólo conocemos sus carcasas, y la doble lectura que se establece derivada de sus misiones es aún más desalentadora: en ocasiones, los "dolls" tienen diálogos inspirados y muy divertidos, pero el espectador sólo ve a personalidades implantadas conversando, personalidades de las que nada volveremos a saber y cuya ironía/amargura/comicidad/brillantez es tan efímera como el capítulo. Es un metalenguaje inadmisible para captar a un espectador. Es una propuesta serializada con escasos elementos de serialización, puesto que los personajes que no son "dolls" -y que sí, están trabajados y tienen la garantía-whedon de tridimensionalidad- no dejan de ser secundarios sin un sólo vínculo emocional con la audiencia, que para colmo trabajan en una atalaya opresora e inmoral. Dollhouse es un proyecto de la FOX y planteamientos tan interesantes como la esclavitud consentida, se retuercen entre clichés del género de acción y elementos de suspense más o menos manidos.

Pero a Dollhouse le salva el genio de su creador y de su fiel compañero en los guiones, Tim Minear, genio que se intuye en algunos capítulos de retazos inolvidables. Tal y como ya hizo Whedon en Dr. Horrible, el capítulo 1x06- "Man on the street" mezcla tintes de comedia -a modo de informativo, alguien nos acerca divertidas delcaraciones de la gente de a pie sobre el supuesto proyecto Dollhouse- con un componente dramático de peso: la violación de uno de los Dolls, un tema grave que se trata con crudeza y que saca a relucir interesantes aportaciones de todos los personajes, encaminados hacia la continuidad. En el 1x08- "Needs", ante la inminente insurrección de los Dolls, cada vez más conscientes de sus experiencias, Adelle decide solucionarlo mediante una imaginativa y sabia decisión: provoca que sus "activos" culminen los deseos prohibidos que han ido germinando en capítulos previos. Echo, la protagonista, consigue así liberar a sus compañeros esclavizados (aunque se trate de una ilusión); Victor, un doll que comenzaba a despertar sexualmente, es correspondido por la responsable de esta anomalía: Sierra (la doll violada, que a su vez recupera la confianza en el contacto humano). Una vez calmadas sus necesidades, los Dolls vuelven a ser más domésticos que nunca. El inteligente fascismo de Adelle triunfa una vez más sobre sus siervos no-tan-descerebrados.


En definitiva, ideas llenas de ingenio han terminado formando un conjunto insatisfactorio, en el que la mezcla de suspense, acción, psicología y diatriba moral se ve constantemente ahogado por la aplastante complejidad de su concepto y por una protagonista mediocre. Whedon es conocido por su habilidad para construir entretenimientos frívolos en los que rutilan ocasionalmente destellos de genialidad y subyacen al mismo tiempo metáforas de gran calado. Ahora que ha conseguido una inesperada renovación, Whedon tiene la responsabilidad de darle un giro a la arquitectura, ya dispuesta, de su nueva ficción, que si bien está muy por debajo de lo que consiguió con Firefly, ha demostrado de sobra que incluso en una propuesta tan complicada hay espacio para la sorpresa y su veleidosa habilidad para los diálogos fascinantes. Whedon es el rey de la dramedia con estilo, y aunque su nuevo proyecto no ha enamorado todavía, el potencial en sus manos es siempre prometedor.