domingo, 17 de mayo de 2009

[Season Finales 2] Fringe: el monstruo de la semana (por J.J. Abrams)


Estas dos últimas entradas podrían llamarse perfectamente "El regreso de J.J." y "El retorno de Joss Whedon", o "Cómo complementar lo episódico y lo serial". Ambos autores tienen mucho que ver con la Tercera Edad Dorada de la ficción norteamericana en el sector de las network. El primero, como arquitecto de la nueva imaginería viral y mecenas del espectáculo interactivo; el segundo, como artesano de buen entretenimiento y dialoguista de primera linea. Ambos están muy próximos a la concepción del cómic, y sus creaciones se retroalimentan en este revival de géneros que vienen representando últimamente. Además, las dos fueron las apuestas novedosas de la FOX de este año, a las que concedió 10 minutos más que al resto de sus series. Eso sí, desde el principio, Fringe fue la niña mimada y Dollhouse fue la oveja negra. Por algo Whedon no está haciendo el remake de Star Trek... Pero ahora toca hablar de Abrams.

El ínclito J.J. es, a día de hoy, un exponente claro de talento eficiente para el cine comercial inteligente. Como director y productor, entiende el lenguaje del espectáculo (fue guionista de Armagueddon), pero su formación televisiva le ha hecho lidiar con recursos más limitados, haciéndole experto en capítulos piloto sólidos, de gran factura y siempre interesantes. Como productor y guionista, ha sabido crear un estilo propio, para el cual se ha rodeado -como Whedon- de algunos impagables profesionales que enriquecen sus ideas. Stephen Williams o Jack Bender, por ejemplo, son algunos de sus directores habituales, mientras que los maravillosos violines de Michael Giachinno dotan de trascendencia sus secuencias. A Abrams se le presupone cabecilla de cada magistral giro de guión en sus producciones, pero lo cierto es que él apenas es responsable (y ese mérito es crucial) de enseñar los primeros pasos a sus criaturas. Desde su participación estrecha en los capítulos clave de Alias, hasta la intachable dirección del piloto de Lost, J.J. se ha ido alejando progresivamente de la TV, al mismo ritmo que los grandes estudios de Hollywood llamaban a sus puertas.

Pero mientras tanto, y desde cierta distancia, Abrams continúa con su intención de revivir todos los géneros que en el pasado funcionaban. Olvidando Felicity -un drama adolescente bastante sólido, que hoy en día sería un auténtico oasis de levedad, falta de efectismo y un razonable encanto carente de tópicos-, la excelente Alias revivió las series de espías a lo Misión Imposible con una factura fantástica, sensibilidad, nervio, y un enrevesadísimo argumento en perpetua mutación; un ensayo sobre lo que después sería Lost (revisión comiquera, filosófica y comercial de El prisionero). En efecto, ambas series comparten la estructura mitológica: Alias ostenta drama, acción y algo de terror finalmente amalgamado con dosis progresivas de ciencia ficción; preguntas asombrosas de respuestas dilatadas (y, por lo general, mucho menos interesantes); personajes moralmente ambiguos y revelaciones asombrosas... Y, por supuesto, un dominio de la serialización como nunca se había visto antes, con el uso indiscriminado, inteligente e incluso doctrinal del cliffhanger. Todo lo que Alias tenía de bueno, lo heredó Lost, llevado al límite.


Ahora bien, igual que los remakes cinematográficos, que reducen a marchas forzadas la diferencia cronológica con las películas que adaptan, el "hype" de Fringe viene a devolvernos el Expediente X de los 90. Y, en una suerte de retoño humano-cylon (como dijo Antonio Trashorras en la crítica más apasionante, surrealista y pedante que he leído nunca de una película), la serie viene a reinventar, pero también a quemar, en una sóla temporada, todo lo que Expediente X fue en 10 temporadas, aunque, esta vez, de forma pretendidamente incombustible.

Fringe, todo el mundo lo sabe, nacía con la intención de devolvernos las series episódicas de los 80 y los 90. No tan procedimentales (estilo CSI) como autoconlusivas, algo así como el "monstruo de la semana". Aunque la idea era loable, la serie no terminó de convencer en su primera hornada de capítulos. Si bien el elenco era correcto, y los casos interesantes, había algo que no terminaba de despegar. Hasta que el toque Abrams, que siempre había estado latente, empezó a extenderse. La mitologia comenzó a desplegarse: los pérfidos y esquivos enemigos (Massive Dynamic), la interacción con el espectador (The observer, un misterioso personaje al que se puede buscar en todos los capítulos, cual Wally, entre los pliegues de cada plano), la conspiración (El patrón), el misterio de su protagonista -Olivia Dunham (Anna Torv)- cuyo destino está marcado por sus poderes (ya visto en Alias)... pero, sobretodo, el magnífico, fresco e inspirado Walter Bishop, interpretado por John Noble, un científico excéntrico, pseudo-amnésico y absolutamente ajeno a las convenciones sociales, cuyos horrores cometidos en el pasado son la base para su expiación. Conviene cogerle cariño pronto, para disfrutar de la acidez de sus inconveniencias desde el principio, superado el escepticismo inicial al recordar que Noble interpretó al insoportable Rey Denethor en El Señor de los Anillos.

Cada semana, de la mano de Walter y su equipo, el espectador se enfrenta al entreteniminto de los accidentes abstrusos y peligrosos que pueblan las tramas, mientras el rompecabezas de la mitología va agregando piezas, siempre apegado a la complicidad de un receptor activo llamado a ver más allá de lo que parece. Seguramente, el puzzle vaya creciendo subrepticiamente mientras la falsa sensación de completitud engancha a la audiencia. Pero ahí está la genialidad de los narradores bajo la sombra de Abrams. Tras el final de temporada los responsables pueden enorgullecerse de haber dado forma al conjunto y abrir un giro "post- post-11S" más que interesante, zambulléndose en las aguas de la ciencia ficción inteligente y espectacular que escarcea con el abismo del thriller fantástico.